viernes, julio 14, 2006

Palabras del Presidente de la República, Julio María Sanguinetti, en el Sepelio del Vicepresidente de la República, Dr. Hugo Batalla.

Panteón Nacional del Cementerio Central, octubre 4 de 1998.

Hilda y familiares todos de Hugo Batalla, amigos, ciudadanos:

Decía Marco Aurelio: "el corazón es la fuente de todo el bien posible y cuando nos adentramos más allá en esa fuente, más corrientes encontramos y sentimos la sensación de lo infinito". Esa fue, acaso, la definición existencial de Hugo Batalla, un hombre al cual el corazón le impregnó la razón, el sentido de la vida, la actitud ante sus semejantes, el espíritu que lo animó cada día para salir con su clásico optimismo y su sonrisa jovial a trabajar, a servir, a ayudar. Fue su corazón una fuente ilimitada de bienes. Y no fue simplemente un sentimiento que se agotaba en sí mismo, sino el sentimiento fecundo que se hace un proyecto de vida.

En Hugo la bondad no fue simplemente la ausencia de maldad, fue el volcarse activo cada día, el poner todo su empeño en cada jornada como si fuera la última para aliviar, para atender, para salvar. Y eso lo inscribió peculiarmente dentro de una personalidad cívica y política singularísima, tan singular como acaso no haya otra que se le parezca, en los últimos 50 años de vida nacional.

Lo movía una permanente inquietud. Buscaba siempre el cambio. Sin embargo, ello no era señal de incorformismo, sino por el contrario la expresión optimista de un país al cual entrañablemente quería, del cual se sentía hijo dilecto, al cual le agradecía y le reconocía todo aquello que le había dado, que lo acompasaba siempre con esa actitud de permanente cambio, de búsqueda, que lo animó a lo largo de toda su existencia.

Por eso en la vida política —y hoy lo comenzamos recién a mirar en perspectiva— podemos decir que fue un constante innovador. Nunca aceptó el convencionalismo, nunca lo ataron las reglas triviales de la vida política, nunca se dejó llevar ni por el grito airado ni por el aplauso fácil, y así siempre estuvo en una corriente que era innovación, que era cambio, que era novedad. Así lo fue en los viejos tiempos de la antigua 15 de Luis Batlle, en la cual nos formamos los de nuestra generación. Así lo fue cuando dentro del Partido Colorado fundan la 99, así lo es cuando da el paso de poner ese conglomerado batllista en la estructura naciente del Frente Amplio, así es cuando se retira de él y busca la definición de un espacio nuevo y distinto. Así lo es cuando logramos hacer un nuevo acuerdo político y una propuesta de cambio político que sintetizamos en aquella fórmula que hicimos juntos y en la cual puso todo su cariño, todo su empeño y toda su convicción.

Esa inquietud, constante de él, lo llevaba siempre a la búsqueda del proyecto político nuevo, de mantener al país siempre en la vanguardia. Era en ese sentido, un batllista sustancial que sentía de Don Pepe el mandato de estar en todo momento adelante de los acontecimientos sociales para tratar de encauzarlos —a veces— las más quizás, enfrentando la incomprensión con un singular coraje cívico. Ayer en el Parlamento, cuando de él se hablaba, comenzó a advertirse esto en toda su dimensión. Fue en esta hora de balance, cuando se empiezan a recordar aquellos episodios en los cuales él enfrenta la corriente.

Recuerdo aquel día en el Palacio Peñarol en que él, que venía envuelto en toda la lucha contra la dictadura, sale a apoyar la designación que estábamos haciendo del Teniente General Medina en el Ministerio. Porque sentía que había allí prenda de paz, porque sentía que allí estaba la búsqueda de paz. Hugo sí sentía entrañablemente que sólo en la paz florecen los derechos, que sólo en la paz se pueden garantizar las libertades de todos, que sólo en la paz podemos decir que los derechos humanos no son sólo una propuesta, sino una realidad que se vive en la jornada tranquila de cada familia.

Siempre asumió actitudes que por ello aparecieron envueltas en la polémica, muchas veces incomprendidas y para muchos de sus compañeros incomprensibles. El tiempo, sin embargo, muestra una línea vertical y permanente. Siempre el cambio, siempre la inquietud de la novedad y siempre la búsqueda de instrumentos para luchar con un profundo compromiso social por los que más lo necesitaban.

Así vivió en paz más allá de los avatares políticos. Acaso sin saberlo, era un confusiano que sentía la vieja pragmática de que aquel que busca todo el día el bienestar ajeno, se asegura el bienestar propio en el sentido de una tranquilidad espiritual. Que le permitía mantener, aún en las más difíciles circunstancias, el ademán sereno, la sonrisa jovial, el chiste oportuno, ese humorismo permanente que le daba un toque de humanidad a todo aquello que lo envolvía.

Lo hacía con un profundo sentido de responsabilidad social que fue madurando con los años, recogiendo siempre los vientos de los tiempos, no encerrándose nunca en las propuestas del pasado, buscando siempre hacia adelante. Responsabilidad social ante los más necesitados, responsabilidad social también de servirlos por modos conducentes, sin deslizarse en esos territorios de la demagogia, en que el sueño se hace promesa y la promesa se transforma en inmoralidad, cuando se sabe que es proposición incumplible.

Lo veíamos en los Consejos de Ministros siempre procurando poner el toque humano, la búsqueda humanista, consciente sin embargo de lo que eran las responsabilidades de un gobierno y los tiempos que vivíamos. Esos tiempos que se nos han venido encima acaso sin estar preparados para ellos y que nos van imponiendo todos los días nuevos senderos de capacitación, de búsqueda, de modos de trabajar, de modos de vivir en que tenemos por un lado que introducirnos en la revolución de la ciencia que cambia y a su vez, preservar aquellos valores que son sustanciales a nuestra civilización.
Eso es lo que hoy más debiéramos evocar todos cuando sentimos que en Hugo se nos va. Quizás y acaso, en profundidad y en sustancia, el más uruguayo de todos los uruguayos. Aquel uruguayo que lo fue sin adornos ni afeites ni definiciones intelectuales. Aquel uruguayo que sentía el país desde su agradecida condición de inmigrante que lo fue su padre, pero que el vivía con intensidad y que disfrutó no hace mucho cuando llegó a Calabria en aquel pobrecito pueblo del cual salió un día su padre para buscar un horizonte y fundar una familia en lugares extraños que no conocía. Vivió el ahí también ese Uruguay real de la gente que vino de esos lugares humildes a buscar aquí bajo este cielo un espacio. El uruguayo esencial de la mano tendida, el uruguayo esencial al cual veíamos en los cafecitos que tomábamos en los tiempos difíciles de la dictadura, él siempre con la mano tendida para ayudar, amparar y arriesgar defendiendo a los que compartía y a los que había antes enfrentado porque él era por encima un hombre de paz, pero poniendo siempre su mano con arrojo, con capacidad de riesgo, sin pensar en consecuencias.

Así vivió, así creció. Nació pobre y vivió pobre y alegre. Murió también alegre y pobre y eso ha de decirse en tiempos en que tantas veces se vitupera del oficio político. No porque el ser pobre sea una virtud, contra nada luchó más Hugo que contra de la pobreza, que no es virtud pero sí testimonio de una vida. Una vida de alguien que ha estado 40 años en el poder y que así llega, desnudo de equipaje a su viaje final sintiendo todos que se va una parte entrañable de nuestro Uruguay. Ese Uruguay esencial, hecho de democracia, de llaneza, de estilo republicano, de fútbol, de tangos, de esquinas, de barrios. En ellas vivió auténticamente y así pudo llegar, desde ese hogar humilde a esta Vicepresidencia de la República que ejercía con alegría y hondura.

Cada vez que nos tocaba alejarnos del país, sentíamos de qué modo vivía el compromiso de ejercer esa Presidencia, del mismo modo que el día que nos devolvía el mando, la tranquilidad y satisfacción de haberlo podido cumplir. Y se encaminaba al Poder Legislativo que era su medio natural y en el cual él vivía, en ese bullente desorden propio de los Parlamentos. Hugo fue parte entrañable del Uruguay, del mejor Uruguay. De aquel Uruguay optimista de los años 50 en que nos formamos, de aquel Uruguay con espíritu ganador.

Decía Plutarco cuando contaba las vidas de los célebres varones de la antigüedad: "La nobleza no se adquiere al nacer, la nobleza se adquiere en la vida y a veces al morir". A este amigo, a este hidalgo, a este caballero, a este caballero de la Democracia y de la República, a este uruguayo entrañable, le damos hoy nuestra despedida. Le decimos que el Uruguay siente el desgarrón de lo que con él se va, de lo que acaso no podamos reproducir porque el no era sólo Hugo sino el sentimiento de tanta gente. La esperanza, el amparo, la alegría de tanta gente, de verlo con su paso rápido y su sonrisa siempre jovial por las calles como lo vimos hasta los últimos días. De este Uruguay que lo recordará cada día con más intensidad. Hoy sentimos este profundo vacío, pero también que nos deja un legado y un mandato, el de continuar trabajando en la vida cívica por la Escuela Pública que adoraba, por la enseñanza pública que adoraba, por los más necesitados con los cuales se sentía obligado y con el profundo sentido de responsabilidad que le decía su corazón y le imponía su razón, aún contra viento y contra marea, pero siempre con la sonrisa esperanzada y optimista que es la que aún en este momento triste, vemos más allá de aquellos árboles y más allá de aquel cielo...

Muchas gracias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Encontré esto de casualidad, buscando una ley de protocolos. Lei el articulo porque tuve la suerte de conocer a Hugo, yo era pequeña, tenia unos 12 años cuando Hugo fallecio pero honestamente tengo muy buenos recuerdos de el, y haber leído hoy después de 13 años aquel discurso me emociono.

Anónimo dijo...

Encontré esto de casualidad, buscando una ley de protocolos. Lei el articulo porque tuve la suerte de conocer a Hugo, yo era pequeña, tenia unos 12 años cuando Hugo fallecio pero honestamente tengo muy buenos recuerdos de el, y haber leído hoy después de 13 años aquel discurso me emociono.