domingo, julio 09, 2006

Los invito a escribir sus impresiones, recuerdos, anécdotas... como lo hicieron estas tres personas, en el sitio web anterior.

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Cuando Laura me pidió que recordara algunas anécdotas del Presidente Batalla, no solo significaba una gran responsabilidad, sino un especial honor por el aprecio que le guardo al Presidente y a su familia, entonces esa tarea se transforma en algo muy grato realizado con gran cariño.

Tuve la fortuna de acompañar al Vicepresidente de la República y Presidente de la Asamblea General, en mi calidad de Jefe de Ceremonial del Ministerio de Relaciones Exteriores, en varias oportunidades y en diferentes viajes al exterior. En todas las ocasiones era un especial privilegio hacerlo, pero no solo por lo importante de la misión encomendada, sino por lo grato que se hacia, en virtud de la calidad humana del Dr. Batalla, de doña Hilda y de toda su familia y de su especialísimo sentido del humor.

El Dr. Batalla era una persona extremadamente agradable, en exceso educado y delicado para tratar a la gente con la que debía, por diferentes circunstancias, compartir su jornada; yo nunca le vi – en ninguno de los viajes al exterior que le acompañé – ni cansado ni de mal humor, sino todo lo contrario.

Les citare dos anécdotas. La primera, en oportunidad de viajar a Madrid para participar en una reunión Iberoamericana de Presidentes de Parlamentos Democráticos, el Dr. Batalla acompañado por legisladores uruguayos, al igual que todas las comitivas invitadas por España, fue alojado en el Hotel Palace de Madrid, a escasos metros del Congreso de Diputados , en donde se llevaba a cabo la reunión.



En una jornada, estaba prevista una audiencia real seguida de una recepción en el Palacio Real, para lo cual las autoridades organizadoras habían previsto a los efectos de los traslados de todos los invitados, varios autobuses que salían desde el hotel y les conducirían al Palacio Real a la hora fijada por el protocolo local.

El Dr. Batalla, que además de su amabilidad era caracterizado por su especial sentido de la puntualidad, en aquella oportunidad por razones ajenas a su voluntad se vio retrasado en la hora de partida y por consiguiente, no pudimos tomar los autobuses dispuestos por la organización; esta circunstancia no solo me puso nervioso e inquieto a mí – en mi calidad del encargado de protocolo del presidente – sino que le inquietó al Dr. Batalla al saber que pudiéramos llegar con retraso a la hora fijada del encuentro real.

Recuerdo que presuroso salí a la puerta del Hotel Palace y ya con el presidente en la puerta, acompañado por su Oficial de Enlace, hice señas a un taxi que acertaba a pasar, el que detuvo inmediatamente su marcha; cual fue mi sorpresa cuando veo que el Presidente, en lugar de subir al taxi, cedía el mismo a un matrimonio mayor de turistas que también salían del hotel, seguramente de paseo y sin prisas, pero con apariencia de algo distraídos.

Mi sorpresa no termino ahí, cuando veo que el segundo coche que detuve tampoco nos serviría pues el Presidente en ese momento ve que una señora sola llamaba al mismo taxi y con su especial gesto de amabilidad le cedía el mismo a la nueva pasajera.

Presuroso llame al tercer coche que sí tomamos y que era conducido por una señora, que manifestó extrañeza cuando le comunico que llegábamos tarde al palacio real a una audiencia con el rey y que el pasajero que llevaba era el vicepresidente de Uruguay.

Aquel viaje se hizo corto no solo por la velocidad desarrollada sino por lo gentil de los comentarios del Presidente hacia la conductora, que imagino no podía creer que transportaba a un dignatario extranjero a una audiencia real.

Así llegamos al patio de honor del Palacio Real cuando estaban descendiendo de los autobuses los demás invitados, no imaginando ni el matrimonio de turistas ni la buena señora que aquellos taxis cedidos por un gentil señor eran nada menos que los medios de locomoción rápida de un vicepresidente de un lejano país, para llegar a una audiencia con sus majestades los Reyes de España.

El segundo recuerdo es sobre la visita oficial y creo yo que último viaje en esa calidad del Presidente Batalla, a la China.

La visita organizada con extremo cuidado de todos los detalles por los anfitriones y con especial aprecio a la figura del Dr. Batalla, nos había dado la oportunidad de compartir – en su etapa preparatoria – un agradable asado ofrecido por el Presidente Batalla en la casa del Pinar de sus hijos Sergio y Laura.

En aquella cena a la estaba invitado el Embajador de la China y su señora, tratamos de ir familiarizándonos no solo con algún vocabulario elemental que nos sirviera para nuestro inminente viaje, sino que comentamos sobre las diferentes comidas y estilos de nuestros países.

Todos sabemos lo extremadamente gentiles y detallistas para con sus invitados que son los chinos, pero nunca imaginamos lo grato e inolvidable que sería aquel viaje; pero lo mas cálido de recordar es el hecho de que ante el asombro general incluido el de los anfitriones, el Presidente Batalla demostró – y quizás sin saberlo, ya enfermo – un apetito y una vitalidad increíbles.

Ni la recorrida de la Muralla, que puede ser agotadora cuando no se esta en estado atlético, ni la generosidad ni copiosidad de las comidas ofrecidas, amilanaron al Presidente Batalla, quien nos dio una lección de humildad para cumplir con el programa detallado y sobre todo una lección sobre el especialísimo arte culinario chino, que desplegaba ante nuestros ojos los manjares más extraños y las delicadezas más lejanas que solo – por lo menos en mi caso personal – habíamos apreciado en los libros o películas.

Recordar al Presidente Batalla es siempre un placer pues lo hacemos con una sonrisa, con un agradable recuerdo del pasado que lleno de nostalgia nunca nos deja una lágrima triste, siempre es una hermosa lágrima de alguien que extraña a la gente buena y cálida como el Doctor Batalla.

Gracias por esta oportunidad.
Carlos Barañano

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Montevideo, 3 de octubre de 2003

Excmo. Sr. Vicepresidente de la
República Oriental del Uruguay
Sr. Dr. Hugo Batalla

PRESENTE

Muy querido Hugo:

A través de ésta, deseo expresar el gran honor que significó para mí el hecho de que Laura, tu hija, me solicitara que escribiera algo recordándote.

Este hecho trajo a mi mente un sinnúmero de recuerdos, formando una gran mezcla de la época, los casi 20 años, que compartimos en nuestra querida 99.

Nunca imaginé que una persona como yo, modesto obrero del quehacer de la 99, fuera uno de los elegidos para cooperar en brindarte este homenaje, sincero, sencillo, pero de gran contenido emotivo.

No puedo ofrecerte otro homenaje que decirte que siempre estuviste y estarás presente en mi mente, mi corazón y mi espíritu como el experto timonel que me orientó y me orienta, sobre todo en las acciones políticas que realizara o realizaré, si la vida así lo define. En cada oportunidad pensé, pienso y pensaré ¿qué opinaría “el Hugo” en esta situación?”

En mi vida tuve numerosos momentos de aprendizaje, de los cuales los más importantes quizás, no fueron los curriculares. Uno de los más significativos, fue mi pasaje por la 99, viéndote actuar a ti, Hugo.
Tú no solo enseñabas con las palabras, sino, -y esto es lo más sustancial- lo hacías con los hechos, dando el ejemplo de un líder de mente amplia, con las ideas claras, pero con una tolerancia realmente envidiable hacia lo opinión de los demás; fuera quien fuera y ocupara el lugar que ocupara. Con convicciones que eran fruto de una coherencia ideológica que te llevó y nos llevó a recorrer duros caminos, pero siempre con la coherencia que da el tener una idea clara de lo que pretendemos.

Los que te queremos, sabemos que el mote de “indeciso” que algunos mal pensados o mal intencionados te endilgaban, no era más que eso, un mote. Tú siempre decidiste. Siempre, luego de meditar profundamente las cosas, y, lo más valioso, teniendo en cuenta que tu decisión no resultara en daño para los demás.

Contigo aprendí que es posible actuar en política con muy buenas intenciones, pensando qué será lo mejor para los demás, lo mejor para nuestra querida Patria y todos sus habitantes.

En base a ello entregaste todo el esfuerzo de tu vida. Jugándote mucho en los momentos más difíciles y sin alardes posteriores para tu persona. Quedándote entre nosotros y ayudando en todo lo posible desde tu profesión, a los que lo necesitaban, sin mezquindades e independientemente de su posición política.

La integridad que te caracterizó hizo que nunca fueras capaz de hacer una zancadilla a nadie, para lograr o mantener tu bien merecido lugar de líder de un grupo político como la 99, luego de la desgracia sufrida por Zelmar.
La dirigiste por aguas muy agitadas, pero con mano firme en el timón.

Contigo, entre otras cosas, aprendí el real concepto de la Democracia.
Pensar que cuando era estudiante, y antes de perder la que teníamos en nuestro país, algunos dirigentes nos llevaban a en frente del edificio del Diario El Día a gritar “fascistas”, ¡qué horror!. Cómo después extrañamos a ese glorioso Diario, emblema del pensamiento laico, democrático y solidario, y que para colmo, su edificio en el momento actual, fue convertido en un garito, sí un garito que funciona día y noche todos los días. ¡Cómo cambian los valores!

Nunca olvidaré todo lo que insistías en que debíamos dejar de ser un grupo testigo del quehacer político y pasar a ser realmente parte del esfuerzo tan grande que significa el gobernar de forma adecuada a un país.
Lo lograste y lo lograste en tu estilo, sin imposiciones, en una discusión abierta, donde tuvo derecho a opinar hasta el último en haber adherido a la 99.

Así fue como pudimos llegar a formar parte del Poder Ejecutivo y esto trajo, como tú tenías muy claro, otra enseñanza: no es lo mismo “armar” un país desde los escritorios de las distintas comisiones que conforman un partido político, que colaborar en la conducción de un gobierno. Sobre todo, si esto se quiere hacer basado en los principios que tú pregonabas: democracia, tolerancia, cristalinidad y transparencia, y pensando siempre en la gente, que en definitiva, será la receptora de las acciones del Gobierno.

Recuerdo lo contento que te pusiste, allá en el Hotel Victoria Plaza, cuando fui a consultarte si aceptaba la propuesta de ocupar el cargo de Sub Director General de Salud del MSP que me hacía el entonces Ministro, Dr. Solari. Si la memoria no me traiciona, tuve el honor de ser el primer integrante de nuestro grupo, que ocupó un pequeño cargo de responsabilidad en el Ejecutivo. Claro, y no por obvio lo voy a ignorar, tú ya habías sido electo Vicepresidente de la República.

Te felicito, dijiste, y luego de algún intercambio de ideas, otra enseñanza: dedicate a ello con todas tus fuerzas, pero no abandones tu laboratorio, tu trabajo privado.

Gracias Hugo, gracias por tus enseñanzas y por tu apoyo constante.

Por eso, creo que el mejor homenaje que te podemos hacer, es decir que estás y estarás siempre presente aunque no te tengamos físicamente entre nosotros, Excelentísimo Sr. Vicepresidente.

Dr. Gustavo Giussi

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Dr. Hugo Batalla
Ya corrieron 5 años desde que, con humildad, como transcurrió su vida, se fue.
Para el Uruguay es un orgullo contarlo entre sus hijos más dilectos. Y para quienes lo conocimos y lo tratamos, un honor.
Nunca milité en sus filas, pero siempre sentí por él un gran respeto y una gran admiración. Siempre valoré su hombría de bien, su darse al prójimo en forma generosa y su bonhomía.
Pero no debe confundirse su bonhomía, su aspecto bohemio y un poco descuidado, con flaqueza de carácter.
Fue el hombre que, durante la dictadura, defendió a muchos presos políticos, entre ellos al Gral. Seregni.
Fue el hombre que, por encima de conveniencias o cálculos políticos, cuando entendió que no podía seguir en el Frente Amplio porque no reflejaba su pensamiento, con la frente alta y sin titubeos se fue, afrontando todas las consecuencias.
Fue el hombre que, siendo Vicepresidente de la República, no dejó su entrañable barrio de La Teja, hasta el momento en que la intolerancia y las agresiones de quienes él consideraba sus amigos lo obligaron a irse. Y lo hizo con los dientes apretados y lágrimas en los ojos, porque él adoraba su barrio.
Fue el hombre que, más allá de haber muerto, dejó la imborrable estela de alguien que vivió, que vivió intensamente y que siguió siendo para sus amigos “el Hugo”, título que no cualquiera puede ostentar, porque para ello es necesario ser amigo y, fundamentalmente, ser hombre...
Es muy triste que la gente muera cuando aún le queda mucho por hacer; pero lo importante y trascendente del Dr. Batalla es que vivió y que, al decir de Chesterton, en cada sol y cada luna, él estará presente.
Por eso hoy, a 5 años de su muerte, pienso que su familia y quienes de una u otra manera lo quisimos, debemos estar orgullosos y recordarlo como estoy segura que a él le gustaría: con una sonrisa.

Rita Semino

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