viernes, julio 14, 2006

Palabras del Presidente de la República, Julio María Sanguinetti, en el Sepelio del Vicepresidente de la República, Dr. Hugo Batalla.

Panteón Nacional del Cementerio Central, octubre 4 de 1998.

Hilda y familiares todos de Hugo Batalla, amigos, ciudadanos:

Decía Marco Aurelio: "el corazón es la fuente de todo el bien posible y cuando nos adentramos más allá en esa fuente, más corrientes encontramos y sentimos la sensación de lo infinito". Esa fue, acaso, la definición existencial de Hugo Batalla, un hombre al cual el corazón le impregnó la razón, el sentido de la vida, la actitud ante sus semejantes, el espíritu que lo animó cada día para salir con su clásico optimismo y su sonrisa jovial a trabajar, a servir, a ayudar. Fue su corazón una fuente ilimitada de bienes. Y no fue simplemente un sentimiento que se agotaba en sí mismo, sino el sentimiento fecundo que se hace un proyecto de vida.

En Hugo la bondad no fue simplemente la ausencia de maldad, fue el volcarse activo cada día, el poner todo su empeño en cada jornada como si fuera la última para aliviar, para atender, para salvar. Y eso lo inscribió peculiarmente dentro de una personalidad cívica y política singularísima, tan singular como acaso no haya otra que se le parezca, en los últimos 50 años de vida nacional.

Lo movía una permanente inquietud. Buscaba siempre el cambio. Sin embargo, ello no era señal de incorformismo, sino por el contrario la expresión optimista de un país al cual entrañablemente quería, del cual se sentía hijo dilecto, al cual le agradecía y le reconocía todo aquello que le había dado, que lo acompasaba siempre con esa actitud de permanente cambio, de búsqueda, que lo animó a lo largo de toda su existencia.

Por eso en la vida política —y hoy lo comenzamos recién a mirar en perspectiva— podemos decir que fue un constante innovador. Nunca aceptó el convencionalismo, nunca lo ataron las reglas triviales de la vida política, nunca se dejó llevar ni por el grito airado ni por el aplauso fácil, y así siempre estuvo en una corriente que era innovación, que era cambio, que era novedad. Así lo fue en los viejos tiempos de la antigua 15 de Luis Batlle, en la cual nos formamos los de nuestra generación. Así lo fue cuando dentro del Partido Colorado fundan la 99, así lo es cuando da el paso de poner ese conglomerado batllista en la estructura naciente del Frente Amplio, así es cuando se retira de él y busca la definición de un espacio nuevo y distinto. Así lo es cuando logramos hacer un nuevo acuerdo político y una propuesta de cambio político que sintetizamos en aquella fórmula que hicimos juntos y en la cual puso todo su cariño, todo su empeño y toda su convicción.

Esa inquietud, constante de él, lo llevaba siempre a la búsqueda del proyecto político nuevo, de mantener al país siempre en la vanguardia. Era en ese sentido, un batllista sustancial que sentía de Don Pepe el mandato de estar en todo momento adelante de los acontecimientos sociales para tratar de encauzarlos —a veces— las más quizás, enfrentando la incomprensión con un singular coraje cívico. Ayer en el Parlamento, cuando de él se hablaba, comenzó a advertirse esto en toda su dimensión. Fue en esta hora de balance, cuando se empiezan a recordar aquellos episodios en los cuales él enfrenta la corriente.

Recuerdo aquel día en el Palacio Peñarol en que él, que venía envuelto en toda la lucha contra la dictadura, sale a apoyar la designación que estábamos haciendo del Teniente General Medina en el Ministerio. Porque sentía que había allí prenda de paz, porque sentía que allí estaba la búsqueda de paz. Hugo sí sentía entrañablemente que sólo en la paz florecen los derechos, que sólo en la paz se pueden garantizar las libertades de todos, que sólo en la paz podemos decir que los derechos humanos no son sólo una propuesta, sino una realidad que se vive en la jornada tranquila de cada familia.

Siempre asumió actitudes que por ello aparecieron envueltas en la polémica, muchas veces incomprendidas y para muchos de sus compañeros incomprensibles. El tiempo, sin embargo, muestra una línea vertical y permanente. Siempre el cambio, siempre la inquietud de la novedad y siempre la búsqueda de instrumentos para luchar con un profundo compromiso social por los que más lo necesitaban.

Así vivió en paz más allá de los avatares políticos. Acaso sin saberlo, era un confusiano que sentía la vieja pragmática de que aquel que busca todo el día el bienestar ajeno, se asegura el bienestar propio en el sentido de una tranquilidad espiritual. Que le permitía mantener, aún en las más difíciles circunstancias, el ademán sereno, la sonrisa jovial, el chiste oportuno, ese humorismo permanente que le daba un toque de humanidad a todo aquello que lo envolvía.

Lo hacía con un profundo sentido de responsabilidad social que fue madurando con los años, recogiendo siempre los vientos de los tiempos, no encerrándose nunca en las propuestas del pasado, buscando siempre hacia adelante. Responsabilidad social ante los más necesitados, responsabilidad social también de servirlos por modos conducentes, sin deslizarse en esos territorios de la demagogia, en que el sueño se hace promesa y la promesa se transforma en inmoralidad, cuando se sabe que es proposición incumplible.

Lo veíamos en los Consejos de Ministros siempre procurando poner el toque humano, la búsqueda humanista, consciente sin embargo de lo que eran las responsabilidades de un gobierno y los tiempos que vivíamos. Esos tiempos que se nos han venido encima acaso sin estar preparados para ellos y que nos van imponiendo todos los días nuevos senderos de capacitación, de búsqueda, de modos de trabajar, de modos de vivir en que tenemos por un lado que introducirnos en la revolución de la ciencia que cambia y a su vez, preservar aquellos valores que son sustanciales a nuestra civilización.
Eso es lo que hoy más debiéramos evocar todos cuando sentimos que en Hugo se nos va. Quizás y acaso, en profundidad y en sustancia, el más uruguayo de todos los uruguayos. Aquel uruguayo que lo fue sin adornos ni afeites ni definiciones intelectuales. Aquel uruguayo que sentía el país desde su agradecida condición de inmigrante que lo fue su padre, pero que el vivía con intensidad y que disfrutó no hace mucho cuando llegó a Calabria en aquel pobrecito pueblo del cual salió un día su padre para buscar un horizonte y fundar una familia en lugares extraños que no conocía. Vivió el ahí también ese Uruguay real de la gente que vino de esos lugares humildes a buscar aquí bajo este cielo un espacio. El uruguayo esencial de la mano tendida, el uruguayo esencial al cual veíamos en los cafecitos que tomábamos en los tiempos difíciles de la dictadura, él siempre con la mano tendida para ayudar, amparar y arriesgar defendiendo a los que compartía y a los que había antes enfrentado porque él era por encima un hombre de paz, pero poniendo siempre su mano con arrojo, con capacidad de riesgo, sin pensar en consecuencias.

Así vivió, así creció. Nació pobre y vivió pobre y alegre. Murió también alegre y pobre y eso ha de decirse en tiempos en que tantas veces se vitupera del oficio político. No porque el ser pobre sea una virtud, contra nada luchó más Hugo que contra de la pobreza, que no es virtud pero sí testimonio de una vida. Una vida de alguien que ha estado 40 años en el poder y que así llega, desnudo de equipaje a su viaje final sintiendo todos que se va una parte entrañable de nuestro Uruguay. Ese Uruguay esencial, hecho de democracia, de llaneza, de estilo republicano, de fútbol, de tangos, de esquinas, de barrios. En ellas vivió auténticamente y así pudo llegar, desde ese hogar humilde a esta Vicepresidencia de la República que ejercía con alegría y hondura.

Cada vez que nos tocaba alejarnos del país, sentíamos de qué modo vivía el compromiso de ejercer esa Presidencia, del mismo modo que el día que nos devolvía el mando, la tranquilidad y satisfacción de haberlo podido cumplir. Y se encaminaba al Poder Legislativo que era su medio natural y en el cual él vivía, en ese bullente desorden propio de los Parlamentos. Hugo fue parte entrañable del Uruguay, del mejor Uruguay. De aquel Uruguay optimista de los años 50 en que nos formamos, de aquel Uruguay con espíritu ganador.

Decía Plutarco cuando contaba las vidas de los célebres varones de la antigüedad: "La nobleza no se adquiere al nacer, la nobleza se adquiere en la vida y a veces al morir". A este amigo, a este hidalgo, a este caballero, a este caballero de la Democracia y de la República, a este uruguayo entrañable, le damos hoy nuestra despedida. Le decimos que el Uruguay siente el desgarrón de lo que con él se va, de lo que acaso no podamos reproducir porque el no era sólo Hugo sino el sentimiento de tanta gente. La esperanza, el amparo, la alegría de tanta gente, de verlo con su paso rápido y su sonrisa siempre jovial por las calles como lo vimos hasta los últimos días. De este Uruguay que lo recordará cada día con más intensidad. Hoy sentimos este profundo vacío, pero también que nos deja un legado y un mandato, el de continuar trabajando en la vida cívica por la Escuela Pública que adoraba, por la enseñanza pública que adoraba, por los más necesitados con los cuales se sentía obligado y con el profundo sentido de responsabilidad que le decía su corazón y le imponía su razón, aún contra viento y contra marea, pero siempre con la sonrisa esperanzada y optimista que es la que aún en este momento triste, vemos más allá de aquellos árboles y más allá de aquel cielo...

Muchas gracias.

martes, julio 11, 2006

Padre
Patxi Andión

Eres como la mar:
bueno de frente,
peligroso en día gris,
duro y valiente;
llevas en la cabeza
brisas ligeras,
temporal que aún contiene
tu compañera.
Eres como el cantar
de un campesino,
que al cantar va labrando
nuestro camino.
Eres como un dolor
mal repartido,
que se volvió canción
y no quejido.
Eres como la voz
que expende el aire;
eres como un poema
de Miguel Hernández;
y presumes de ser
puro paisano,
de haber sido y de ser
republicano.
Compañero del sol,
fiel compañero,
nunca te preocupó en nada
ser el primero;
eres como el sudor:
callado y quieto,
y nunca abriste el cajón
de tu propio respeto.
Y no quisiste jamás
salvarte solo,
porque no hay salvación - decías -

si no es con todos.
No sabes de venganzas
ni de desquites.
Gorrión que cantó siempre,
aún sin alpiste.
Eres como la sangre,
eres el aire,
la mar, la barca, el remo
y el navegante;
timonel de mi alma,
más que nadie…
y aún eres muchas cosas más
que me callo y me callan…
Padre



Esta canción es una de las que más le gustaban a mi padre.
La supe cantar, en lejanos tiempos...

domingo, julio 09, 2006

CRÓNICA
Paren las rotativas, salvemos a Batalla
Por Alberto Zumarán
Publicado en Revista TRES, en octubre de 1998.

En las postrimerías de la dictadura, dos compatriotas -Uberfil y Lilián- fueron detenidos en Porto Alegre y trasladados por efectivos uruguayos hasta nuestro país, donde permanecían detenidos. El episodio sirvió para revelar la coordinación entre los aparatos represivos de la región. Hugo Batalla, como en tantas otras ocasiones en aquellos años de opresión, asumió la defensa de Lilián y Uberfil.

Así las cosas, una mañana, tempranito, llegó hasta mi casa un sacerdote amigo para confiarme que otro sacerdote había recibido, no la confesión, pero sí la consulta, tensa y angustiada, de un oficial militar que se habría conjurado con otros para dar muerte a Hugo Batalla. La conjura tenía el propósito de "vengarse" y castigar con la muerte la conducta valiente y comprometida de Batalla, que había asumido la defensa de otros muchos y muy connotados "subversivos" de la época. Con la muerte de Batalla, los conjurados perseguían el propósito de hacer abortar el naciente proceso de retorno a la democracia que consideraban una traición a la causa común que los había congregado durante los años del "proceso".

Resolvimos comunicarnos de inmediato con Hugo para imponerle del peligro que corría pues el atentado era inminente. Hugo vino a mi casa sobre el mediodía. El sacerdote barajó algunos nombres de los conjurados y éstos coincidían con algunos (le los que habrían participado del secuestro de los compatriotas. Batalla permaneció imperturbable. En todo momento restaba importancia al episodio. Sostenía que no iban a atentar contra su vida sino que buscaban amedrentarlo. No aceptaba que hiciéramos nada más por él. Quería dejar mi casa de inmediato para no comprometerme. A duras penas conseguimos que permaneciera unas horas.

Reunimos a la Comisión Uruguay de Derechos Humanos, que presidía Horacio Terra Arocena. Contra la opinión de Hugo hicimos una gestión ante el embajador Shaw para asilarlo en la embajada de España. La gestión que llevamos adelante con el doclor Francisco Ottonelli y Jaurena fracasó rotundamente porque el reino de España no reconoce el derecho de asilo y por la negativa de Batalla a asilarse. Corrían las horas. Algo había que hacer. Entonces pensamos que una forma de protegerlo consistiría en que se supiera que la comisión tenía los nombres de los que cometerían el atentado. Este curso de acción contó con la aprobación de Batalla. Allá fui hasta El País. Ya era noche. La edición estaba pronta para entrar en máquinas y nadie había allí con autoridad suficiente como para introducir un cambio de esa entidad y sobre iodo, con ese peligro para la salud del diario y de sus directores. Salí por Cuareim hasta 18 para tornar hasta mi casa. Caminaba cabizbajo. Tenía que decirle a Hugo que no había encontrado ninguna solución. Llegué hasta 18 y Yaguarón. Frente a mí se levantaba la silueta del edificio de El Día. En mi vida había entrado a esa casa. Pero la necesidad tiene cara de hereje. Entré. Pregunté por quién a estaba al frente del diario a esas horas. Me atendió Francisco Artigas, a quien no conocía. Le conté, sucintamente, en lo que andaba. Garabateamos sobre su mesa de trabajo el titular de primera, a toda página, dando la noticia del intento de atentar contra la vida de Hugo, la intervención de la comisión y que ésta conocía los nombres de los involucrados. Artigas dio, en lo que para mi era aquella “caverna", la orden que, sin embargo, sonó en mis oídos como una música celestial: "Paren las rotativas. Cambiamos la primera”.

Volví a mi casa con el ánimo levantado, deseando contarle a Hugo las distintas alternativas de ese día tan agitado. Pero Hugo se había ido. No quería comprometernos más. Hasta el extremo de no dejar la menor pista de dónde había ido o dónde lo podíamos encontrar para ayudarlo en esa instancia tan difícil. Nada. Era un caballero generoso y valiente.
Los invito a escribir sus impresiones, recuerdos, anécdotas... como lo hicieron estas tres personas, en el sitio web anterior.

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Cuando Laura me pidió que recordara algunas anécdotas del Presidente Batalla, no solo significaba una gran responsabilidad, sino un especial honor por el aprecio que le guardo al Presidente y a su familia, entonces esa tarea se transforma en algo muy grato realizado con gran cariño.

Tuve la fortuna de acompañar al Vicepresidente de la República y Presidente de la Asamblea General, en mi calidad de Jefe de Ceremonial del Ministerio de Relaciones Exteriores, en varias oportunidades y en diferentes viajes al exterior. En todas las ocasiones era un especial privilegio hacerlo, pero no solo por lo importante de la misión encomendada, sino por lo grato que se hacia, en virtud de la calidad humana del Dr. Batalla, de doña Hilda y de toda su familia y de su especialísimo sentido del humor.

El Dr. Batalla era una persona extremadamente agradable, en exceso educado y delicado para tratar a la gente con la que debía, por diferentes circunstancias, compartir su jornada; yo nunca le vi – en ninguno de los viajes al exterior que le acompañé – ni cansado ni de mal humor, sino todo lo contrario.

Les citare dos anécdotas. La primera, en oportunidad de viajar a Madrid para participar en una reunión Iberoamericana de Presidentes de Parlamentos Democráticos, el Dr. Batalla acompañado por legisladores uruguayos, al igual que todas las comitivas invitadas por España, fue alojado en el Hotel Palace de Madrid, a escasos metros del Congreso de Diputados , en donde se llevaba a cabo la reunión.



En una jornada, estaba prevista una audiencia real seguida de una recepción en el Palacio Real, para lo cual las autoridades organizadoras habían previsto a los efectos de los traslados de todos los invitados, varios autobuses que salían desde el hotel y les conducirían al Palacio Real a la hora fijada por el protocolo local.

El Dr. Batalla, que además de su amabilidad era caracterizado por su especial sentido de la puntualidad, en aquella oportunidad por razones ajenas a su voluntad se vio retrasado en la hora de partida y por consiguiente, no pudimos tomar los autobuses dispuestos por la organización; esta circunstancia no solo me puso nervioso e inquieto a mí – en mi calidad del encargado de protocolo del presidente – sino que le inquietó al Dr. Batalla al saber que pudiéramos llegar con retraso a la hora fijada del encuentro real.

Recuerdo que presuroso salí a la puerta del Hotel Palace y ya con el presidente en la puerta, acompañado por su Oficial de Enlace, hice señas a un taxi que acertaba a pasar, el que detuvo inmediatamente su marcha; cual fue mi sorpresa cuando veo que el Presidente, en lugar de subir al taxi, cedía el mismo a un matrimonio mayor de turistas que también salían del hotel, seguramente de paseo y sin prisas, pero con apariencia de algo distraídos.

Mi sorpresa no termino ahí, cuando veo que el segundo coche que detuve tampoco nos serviría pues el Presidente en ese momento ve que una señora sola llamaba al mismo taxi y con su especial gesto de amabilidad le cedía el mismo a la nueva pasajera.

Presuroso llame al tercer coche que sí tomamos y que era conducido por una señora, que manifestó extrañeza cuando le comunico que llegábamos tarde al palacio real a una audiencia con el rey y que el pasajero que llevaba era el vicepresidente de Uruguay.

Aquel viaje se hizo corto no solo por la velocidad desarrollada sino por lo gentil de los comentarios del Presidente hacia la conductora, que imagino no podía creer que transportaba a un dignatario extranjero a una audiencia real.

Así llegamos al patio de honor del Palacio Real cuando estaban descendiendo de los autobuses los demás invitados, no imaginando ni el matrimonio de turistas ni la buena señora que aquellos taxis cedidos por un gentil señor eran nada menos que los medios de locomoción rápida de un vicepresidente de un lejano país, para llegar a una audiencia con sus majestades los Reyes de España.

El segundo recuerdo es sobre la visita oficial y creo yo que último viaje en esa calidad del Presidente Batalla, a la China.

La visita organizada con extremo cuidado de todos los detalles por los anfitriones y con especial aprecio a la figura del Dr. Batalla, nos había dado la oportunidad de compartir – en su etapa preparatoria – un agradable asado ofrecido por el Presidente Batalla en la casa del Pinar de sus hijos Sergio y Laura.

En aquella cena a la estaba invitado el Embajador de la China y su señora, tratamos de ir familiarizándonos no solo con algún vocabulario elemental que nos sirviera para nuestro inminente viaje, sino que comentamos sobre las diferentes comidas y estilos de nuestros países.

Todos sabemos lo extremadamente gentiles y detallistas para con sus invitados que son los chinos, pero nunca imaginamos lo grato e inolvidable que sería aquel viaje; pero lo mas cálido de recordar es el hecho de que ante el asombro general incluido el de los anfitriones, el Presidente Batalla demostró – y quizás sin saberlo, ya enfermo – un apetito y una vitalidad increíbles.

Ni la recorrida de la Muralla, que puede ser agotadora cuando no se esta en estado atlético, ni la generosidad ni copiosidad de las comidas ofrecidas, amilanaron al Presidente Batalla, quien nos dio una lección de humildad para cumplir con el programa detallado y sobre todo una lección sobre el especialísimo arte culinario chino, que desplegaba ante nuestros ojos los manjares más extraños y las delicadezas más lejanas que solo – por lo menos en mi caso personal – habíamos apreciado en los libros o películas.

Recordar al Presidente Batalla es siempre un placer pues lo hacemos con una sonrisa, con un agradable recuerdo del pasado que lleno de nostalgia nunca nos deja una lágrima triste, siempre es una hermosa lágrima de alguien que extraña a la gente buena y cálida como el Doctor Batalla.

Gracias por esta oportunidad.
Carlos Barañano

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Montevideo, 3 de octubre de 2003

Excmo. Sr. Vicepresidente de la
República Oriental del Uruguay
Sr. Dr. Hugo Batalla

PRESENTE

Muy querido Hugo:

A través de ésta, deseo expresar el gran honor que significó para mí el hecho de que Laura, tu hija, me solicitara que escribiera algo recordándote.

Este hecho trajo a mi mente un sinnúmero de recuerdos, formando una gran mezcla de la época, los casi 20 años, que compartimos en nuestra querida 99.

Nunca imaginé que una persona como yo, modesto obrero del quehacer de la 99, fuera uno de los elegidos para cooperar en brindarte este homenaje, sincero, sencillo, pero de gran contenido emotivo.

No puedo ofrecerte otro homenaje que decirte que siempre estuviste y estarás presente en mi mente, mi corazón y mi espíritu como el experto timonel que me orientó y me orienta, sobre todo en las acciones políticas que realizara o realizaré, si la vida así lo define. En cada oportunidad pensé, pienso y pensaré ¿qué opinaría “el Hugo” en esta situación?”

En mi vida tuve numerosos momentos de aprendizaje, de los cuales los más importantes quizás, no fueron los curriculares. Uno de los más significativos, fue mi pasaje por la 99, viéndote actuar a ti, Hugo.
Tú no solo enseñabas con las palabras, sino, -y esto es lo más sustancial- lo hacías con los hechos, dando el ejemplo de un líder de mente amplia, con las ideas claras, pero con una tolerancia realmente envidiable hacia lo opinión de los demás; fuera quien fuera y ocupara el lugar que ocupara. Con convicciones que eran fruto de una coherencia ideológica que te llevó y nos llevó a recorrer duros caminos, pero siempre con la coherencia que da el tener una idea clara de lo que pretendemos.

Los que te queremos, sabemos que el mote de “indeciso” que algunos mal pensados o mal intencionados te endilgaban, no era más que eso, un mote. Tú siempre decidiste. Siempre, luego de meditar profundamente las cosas, y, lo más valioso, teniendo en cuenta que tu decisión no resultara en daño para los demás.

Contigo aprendí que es posible actuar en política con muy buenas intenciones, pensando qué será lo mejor para los demás, lo mejor para nuestra querida Patria y todos sus habitantes.

En base a ello entregaste todo el esfuerzo de tu vida. Jugándote mucho en los momentos más difíciles y sin alardes posteriores para tu persona. Quedándote entre nosotros y ayudando en todo lo posible desde tu profesión, a los que lo necesitaban, sin mezquindades e independientemente de su posición política.

La integridad que te caracterizó hizo que nunca fueras capaz de hacer una zancadilla a nadie, para lograr o mantener tu bien merecido lugar de líder de un grupo político como la 99, luego de la desgracia sufrida por Zelmar.
La dirigiste por aguas muy agitadas, pero con mano firme en el timón.

Contigo, entre otras cosas, aprendí el real concepto de la Democracia.
Pensar que cuando era estudiante, y antes de perder la que teníamos en nuestro país, algunos dirigentes nos llevaban a en frente del edificio del Diario El Día a gritar “fascistas”, ¡qué horror!. Cómo después extrañamos a ese glorioso Diario, emblema del pensamiento laico, democrático y solidario, y que para colmo, su edificio en el momento actual, fue convertido en un garito, sí un garito que funciona día y noche todos los días. ¡Cómo cambian los valores!

Nunca olvidaré todo lo que insistías en que debíamos dejar de ser un grupo testigo del quehacer político y pasar a ser realmente parte del esfuerzo tan grande que significa el gobernar de forma adecuada a un país.
Lo lograste y lo lograste en tu estilo, sin imposiciones, en una discusión abierta, donde tuvo derecho a opinar hasta el último en haber adherido a la 99.

Así fue como pudimos llegar a formar parte del Poder Ejecutivo y esto trajo, como tú tenías muy claro, otra enseñanza: no es lo mismo “armar” un país desde los escritorios de las distintas comisiones que conforman un partido político, que colaborar en la conducción de un gobierno. Sobre todo, si esto se quiere hacer basado en los principios que tú pregonabas: democracia, tolerancia, cristalinidad y transparencia, y pensando siempre en la gente, que en definitiva, será la receptora de las acciones del Gobierno.

Recuerdo lo contento que te pusiste, allá en el Hotel Victoria Plaza, cuando fui a consultarte si aceptaba la propuesta de ocupar el cargo de Sub Director General de Salud del MSP que me hacía el entonces Ministro, Dr. Solari. Si la memoria no me traiciona, tuve el honor de ser el primer integrante de nuestro grupo, que ocupó un pequeño cargo de responsabilidad en el Ejecutivo. Claro, y no por obvio lo voy a ignorar, tú ya habías sido electo Vicepresidente de la República.

Te felicito, dijiste, y luego de algún intercambio de ideas, otra enseñanza: dedicate a ello con todas tus fuerzas, pero no abandones tu laboratorio, tu trabajo privado.

Gracias Hugo, gracias por tus enseñanzas y por tu apoyo constante.

Por eso, creo que el mejor homenaje que te podemos hacer, es decir que estás y estarás siempre presente aunque no te tengamos físicamente entre nosotros, Excelentísimo Sr. Vicepresidente.

Dr. Gustavo Giussi

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Dr. Hugo Batalla
Ya corrieron 5 años desde que, con humildad, como transcurrió su vida, se fue.
Para el Uruguay es un orgullo contarlo entre sus hijos más dilectos. Y para quienes lo conocimos y lo tratamos, un honor.
Nunca milité en sus filas, pero siempre sentí por él un gran respeto y una gran admiración. Siempre valoré su hombría de bien, su darse al prójimo en forma generosa y su bonhomía.
Pero no debe confundirse su bonhomía, su aspecto bohemio y un poco descuidado, con flaqueza de carácter.
Fue el hombre que, durante la dictadura, defendió a muchos presos políticos, entre ellos al Gral. Seregni.
Fue el hombre que, por encima de conveniencias o cálculos políticos, cuando entendió que no podía seguir en el Frente Amplio porque no reflejaba su pensamiento, con la frente alta y sin titubeos se fue, afrontando todas las consecuencias.
Fue el hombre que, siendo Vicepresidente de la República, no dejó su entrañable barrio de La Teja, hasta el momento en que la intolerancia y las agresiones de quienes él consideraba sus amigos lo obligaron a irse. Y lo hizo con los dientes apretados y lágrimas en los ojos, porque él adoraba su barrio.
Fue el hombre que, más allá de haber muerto, dejó la imborrable estela de alguien que vivió, que vivió intensamente y que siguió siendo para sus amigos “el Hugo”, título que no cualquiera puede ostentar, porque para ello es necesario ser amigo y, fundamentalmente, ser hombre...
Es muy triste que la gente muera cuando aún le queda mucho por hacer; pero lo importante y trascendente del Dr. Batalla es que vivió y que, al decir de Chesterton, en cada sol y cada luna, él estará presente.
Por eso hoy, a 5 años de su muerte, pienso que su familia y quienes de una u otra manera lo quisimos, debemos estar orgullosos y recordarlo como estoy segura que a él le gustaría: con una sonrisa.

Rita Semino
Actividad parlamentaria en los '60 y los '70





Haciendo uso de la palabra...


Boda Hugo Batalla - Hilda Flores
Parroquia de la Inmaculada Concepción, Paso Molino
25 de marzo de 1954.




Los padres de Hugo, Herminia Parentini y Felipe Batalla, el día de su boda, el 21 de diciembre de 1907. Los padres de Herminia, ya mayores. Herminia, en un retrato de su adolescencia. Felipe, en su carnet de trabajo. La familia Arbelbide, despidiendo a Elbio, que viajaba a Europa. Hugo es el niño de pantalones cortos.





La Comuna de Laganadi, en la región de Calabria, en la provincia de Reggio Calabria, lugar de nacimiento de mi abuelo Felipe. Una visión fotográfica de los años 50, y una visión moderna, obtenida a través de GoogleEarth.