sábado, julio 10, 2010




En un nuevo aniversario de su nacimiento, queremos recordar nuevamente la vida, el camino azaroso, rico y fermental de este hombre extraño, incomprendido, amado y admirado por sus partidarios y sus adversarios. Honesto, bueno y conciliador como pocos, fue actor y protagonista de los mejores momentos de la república.
El próximo domingo 11 de julio hubiera cumplido 84 años. En estos momentos de felicidad para el fútbol uruguayo, queremos recordarlo y mostrar su vida a las jóvenes generaciones.
Y que sea recordado siempre. Gracias a todos.
Laura Batalla

Hugo Félix Batalla Parentini nació un 11 de julio de 1926, en la casa de sus padres, en la calle Conciliación, en Pueblo Victoria. Era el quinto y último hijo de un matrimonio de italianos, Felice Battaglia y Herminia Parentini.

Felice había nacido en la Comuna de Laganadi, un pequeño pueblo del sur de Italia, en la Provincia de Reggio Calabria. Era hijo de Michele Battaglia y de María Sidari. Emigró a fines del siglo XIX, y llegó a América a bordo del vapor Colombia, con uno de sus hermanos. El hermano quedó en Buenos Aires, y Felice vino para Montevideo. Al llegar y pasar por Inmigración, dio su nombre pronunciado en italiano. Y así quedó inscripto: Felipe Batalla. Sus padres quedaron en Laganadi, Felipe nunca regresó.

Herminia había nacido en Messina, Sicilia, y llegó a Montevideo allá por las mismas fechas, pero con toda su familia. No sabemos mucho de ellos, pero sí que su padre era Roberto Parentini y su madre Juana Versace. Cuando nació Hugo, ya Juana había muerto.

Felipe y Herminia se conocieron en un baile en el Cerro, se enamoraron, se casaron, vivieron siempre en Pueblo Victoria, y tuvieron cinco hijos varones. Roberto fue médico, y ejerció su profesión en el Hospital Maciel. Se casó con Eficia Arbelbide, y tuvo dos hijas: Graciela y Cristina. Adolfo estudió un oficio, se casó con Felicia Marrero, y tuvo tres hijos: Adolfo, Roberto y Ricardo. Juan era mecánico tornero, se casó con Sara Alcalde, y tuvo una hija, Martha.
Luego nació Oscar, que vivió solamente un mes. Trece años después que Juan, nació Hugo. Su madre tenía 37 años, su padre, 41.

Recordaba su infancia como una época feliz, muy feliz. Tenía muchos amigos, jugaba en la vereda, iba a la escuela de la calle Carlos María Ramírez, y luego al Liceo Nº 26, el “Bauzá viejo”, en Agraciada. Luego el IAVA, porque en la zona no había institutos donde hubiera Preparatorios (así se llamaba entonces el Bachillerato). Luego vino la Facultad de Derecho, donde estudió con sacrificio y con ganas, porque amaba el Derecho y la Justicia.

El 25 de marzo de 1954 se casó con Hilda Flores Olivera, con quien estaba de novio hacía ocho años. Al año siguiente nací yo, el 12 de octubre de 1955. Mi padre siempre decía que quería tener cuatro hijas mujeres, pero que tenía “una que vale por cuatro”.

Su historia política comenzó temprano, en 1949, cuando Luis Batlle Berres, impresionado por la actividad sindical de Batalla en la huelga de la metalúrgica Ferrosmalt, lo invitó a incorporarse a las filas de batllismo. Luego integró la Junta Departamental de Montevideo, la Junta Electoral y el Consejo Nacional de Subsistencias. En 1962 funda la lista 99 junto con Zelmar Michelini, con la que intervienen en las elecciones de ese año y de 1966. En 1969, fue Presidente de la Cámara de Diputados. En 1970 se escindió del Partido Colorado y acompañó la fundación del Frente Amplio, siendo electo nuevamente diputado en 1971.

Luego vino la dictadura, y la permanencia en el país, durante todos esos años, haciéndose cargo de la defensa de una enorme cantidad de presos políticos. Se destacan en ello, la defensa del Gral. Líber Seregni, que comenzó a ejercer cuando sus anteriores defensores se exiliaron en México. Defendió también a otros militares: Licandro, Zufriategui, Montañez, Aguerre.

Durante todo ese tiempo, nuestra casa fue un lugar al que llegaban quienes precisaban defensa, pero también apoyo, ayuda, consejo. Sabían que podían contar con Batalla. Durante esos años, vivió del ejercicio de su profesión. Trabajó en el Frente Nacional de Inquilinos, donde por varias horas al día, hacía los escritos de defensa de los desalojados, escribiendo en una vieja Olivetti, ligerísimo, solamente con dos dedos.

También la casa era lugar de reunión para los encuentros del Comando Clandestino del Frente Amplio. Dos veces fue preso, en julio y setiembre de 1973. En ambas oportunidades, fue liberado. Y en ambas ocasiones siguió haciendo lo que consideraba que era su deber. De la primera vez es la carta que le mandó a mi madre, en unas hojitas de agenda: “Vieja: estamos todos bien. Te devuelvo la ropa porque no la necesito. Hoy me lavé la ropa que me saqué. Y me bañé. La pascualina bárbara. Vení solamente de mañana. Tal vez mañana te dejen verme. Que Laura siga yendo a clase. Besos para todos. Que Juan no se ponga nervioso que todo va a terminar pronto. ¿La vieja no extraña la hornalla? Se la voy a devolver usado pero limpia. Besos otra vez, Hugo.” La “vieja”, era María, su suegra. Y desde la cárcel, seguía preocupado y ocupado por todos nosotros.

Estuvo proscrito, por haber integrado las listas de las elecciones nacionales. Por ello, no pudo integrar organizaciones sociales, como la Comisión Fomento de La Teja, o deportivas, como la directiva del Liverpool F.C., el club de sus amores.

Pero esos años también trajeron alegría: yo me casé, el 11 de enero de 1975, y mi boda fue algo así como un gran acto político, donde estaba mucha gente que efectivamente se reunía en los actos sociales. Y como fue en enero, Sergio y yo nos salvamos de tener en nuestra libreta de matrimonio el detestado cartelito de “Año de la Orientalidad”: todavía estaban usando las libretas viejas.

Luego, en 1977 y 1978, nacieron nuestros hijos, Joaquín y Valentina. Y Hugo fue un abuelo amoroso y dedicado. La hora de las comidas eran un ritual que todos respetábamos: yo venía de la Facultad, Sergio de su trabajo, los chicos de la escuela, y todos nos reuníamos a comer y conversar, a discutir, a comentar, a opinar.

Y la alegría del plebiscito del 80, las internas del 82, el obelisco del 83. Recuerdo aquella marcha de los estudiantes, en setiembre de 1983, en la que por primera vez en muchos años, el nombre de Seregni fue coreado al pasar frente a su apartamento en Bulevar y Bulevar. En el balcón, con Lilí, la esposa de Seregni, estaban mis padres y mis hijos, viendo pasar aquella multitud de jóvenes, ¡entre los que iba yo!

En el fin de la dictadura, impactó la noticia de un complot para matarlo. En octubre de 1998, unos días luego de su muerte y en un artículo especial de Revista Tres, el Dr. Alberto Zumarán relató esos momentos. (Ver "Paren las rotativas: salvemos a Batalla").

Luego vino la democracia, y con ella, el vértigo de las campañas electorales, las decisiones fuertes, el Senado, la candidatura a la Presidencia con el Nuevo Espacio. Y finalmente, el acuerdo con el Foro Batllista, y la Vicepresidencia de la República. Ya lo contaremos.

Siempre se mantuvo en su lucha por los Derechos Humanos, siempre. Fue integrante de la Comisión de Derechos Humanos de los Parlamentarios de la Unión Interparlamentaria Mundial. Fue Miembro Titular de la misma, Vicepresidente y Presidente. Desde la Vicepresidencia, continuó, hasta los últimos días de su vida, luchando por el esclarecimiento de los casos de personas desaparecidas durante la dictadura.

Por su defensa de los Derechos Humanos, fue condecorado por los gobiernos de Francia, Brasil e Italia. Volviendo a sus orígenes, fue designado “Calabrés Ilustre”, en 1996 y en 1997 viajó al pueblo natal de su padre, donde fue recibido como Ciudadano Honorario, en una ceremonia sumamente emotiva, que guardó en su memoria como uno de los momentos más fuertes de su vida.

Fue un hombre inteligente, trabajador, honesto y bueno. Acuñó el término “empobrecimiento lícito”, mucho antes de que se pusiera de moda, y defendió la bondad y la honestidad como forma de vida, a pesar de las críticas que señalaban que eran dos cualidades con poco marketing para la vida política. Se jugó por sus convicciones, aún cuando la decisión tomada significara quedar a la intemperie.

Aquellos que estuvimos con él desde siempre, y hasta siempre, queremos hoy recordarlo, a ochenta años de su nacimiento. Y recordar aquellos comienzos humildes que devinieron luego en los máximos honores nacionales e internacionales.

En un reportaje que le hicieran en “El Observador” Fin de semana, el 23 de noviembre de 1996, el propio Hugo Batalla lo resumía de la mejor forma: “¿Qué cosa más honrosa puede haber para el hijo de un zapatero que haber llegado a la Vicepresidencia de la República y haber ejercido la Presidencia en varias oportunidades?” La pregunta del periodista iba dirigida a saber si Batalla se iba a “retirar por la puerta grande”. Me atrevo a afirmar que no se hubiera retirado nunca: la política era su vida, y algunos de los mejores momentos de la vida política de este país pasaron por él.

Hugo Batalla fue y es ejemplo de honestidad y tolerancia, de coraje y de solidaridad. Pero no como palabras grandilocuentes o como expresión de voluntad, sino como el acto cotidiano de servicio, la conducta diaria de ayuda y respeto por el prójimo.

Hizo de la alegría y el humor sus compañeros de cada día. Y no se avergonzó de sentir y mostrar ternura y amor. Decía que la política es mucho más que ocupar un cargo público: es compromiso, es involucrarse, es jugarse por los principios, es hacer lo que uno cree que debe hacer.

Por eso queríamos hacer un alto en el camino, para dejar un poquito de esta historia familiar. Porque la historia colectiva, la historia grande, es también la suma de las historias individuales. Para que esos valores, a los que mi padre hizo pilares de su vida, permanezcan en nuestra memoria, y sean ejemplo para las generaciones futuras.

Laura Batalla
11 de julio de 2006

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